La amante japonesa by Richard Neely

La amante japonesa by Richard Neely

autor:Richard Neely
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
publicado: 1973-12-31T23:00:00+00:00


XVIII

AHORA, no podía dejar de decírselo a Scott. Era evidente que el barco había sido registrado por el sheriff Rosecreek. ¿Por qué? ¿Porque se había enterado de las visitas de Tina y por eso lo consideraba a Gardner como posible sospechoso? Tonterías. Rutina, probablemente, por ser primo de Tina y haber sido citado por Scott en la cárcel de la jurisdicción. Cualquiera fuera la razón, Scott debía estar sobre aviso.

Esperó hasta que hubo llevado las cosas al cuarto de huéspedes y que hubieran comido los sandwiches con cerveza en el alero. Estaban solos; Helen había llevado a Catherine al parque.

—Scott, Dios sabe que tiene suficientes cosas en la mente, pero de todos modos tengo que decirle algo.

Scott se incorporó en la silla de lona roja, se plantó un cigarrillo entre los labios, y se preparó para encenderlo.

—Mientras estuve ausente del barco, alguien lo registró. Obviamente ha sido alguien de la oficina del sheriff. Encontró algo suyo y se lo llevó.

Las cejas de Scott se arquearon por encima de la llama del fósforo.

—Algunas cosas que usted escribió durante la ocupación. Escenas para una novela.

Scott sopló el fósforo con el aliento.

— ¿Cómo...?

Sus mandíbulas se cerraron fuertemente. Su cara suave, generalmente serena, semejaba un puño apretado.

—Tina encontró el manuscrito en el desván. Dijo que también había visto algunas fotos, instantáneas traídas entonces, y pensó que eran, bueno, sugestivas. Esas fotos y el manuscrito le dieron a entender que usted estaba todavía enamorado de una japonesa a quien había conocido en Tokio. Insistió en que me llevara lo que usted había escrito y lo leyera, para comprobar si yo estaba de acuerdo o no. Protesté, pero... —Gardner se sonrió—. Supongo que pensó que como escritor, yo podía descubrir algo.

Scott aspiró profundamente el cigarrillo y soltó un penacho de humo.

—Yo estaba enterado de sus sospechas desde hace un tiempo. Me las hizo notar muy claramente justo después de que encontró las fotos.

Se frotó los ojos.

—Dios, ojalá me hubiera dado cuenta de que esto se había convertido en obsesión para ella.

—Siento no habérselo dicho antes. Usted podría haber hecho algo.

—Usted no podía decírmelo sin alejar a Tina. Además, ¿quién hubiera pensado que la iban a trastornar tanto unas fotos y unos escritos que databan de mis jóvenes veinte años?

Gardner pensó en la carta de Tak y en la conversación telefónica de Scott que había sido escuchada en el estudio (mi querida geisha). La curiosidad lo picó.

—Tal vez hubo algo más —dijo.

Scott pareció reflexionar por un momento.

—No pudo haber nada más.

Gardner desistió. A pesar de la estrecha vinculación entre ellos, era estúpido pensar que Scott iba a admitir nada que pudiera hacer sospechar que tenía una amante japonesa. Sus razones para mantener el secreto eran contundentes: temor a que la presencia de ella pudiera no pasar inadvertida para Rosecreek, quien inmediatamente vería en ella el móvil de un asesinato premeditado, llevado a cabo por un hombre de quien ya se sospechaba por las huellas de su pulgar. Temor, tal vez, de que Gardner mismo, por lealtad a Tina, lo denunciara como marido adúltero.



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